Llevamos una semana larga en el curso websoc13 en el que la palabra más utilizada es monitorización. Las distintas herramientas de control y monitorización han circulado entre la comunidad websoc13 que da gusto; hay tantas, que una compañera exclamaba que no tenía tiempo de probarlas todas. Algunos resultados y conclusiones de su uso y disfrute han sido compartidos por diversos compañeros; entre los mejores ejemplos quiero destacar el post de Néstor Clabo (@nestorwebsoc, merece mucho la pena seguirle) en el que se demuestra de forma brillante la utilidad que se les puede sacar a esos instrumentos de medición y visualización de datos para hacernos ver, como un gran telescopio, lo que no seríamos capaz de ver por nosotros mismos, extraer conclusiones y aplicar los resultados para tratar de mejorar nuestra actividad “web-socialista” (upps, he dicho socialista…no conviene confundir con “socialistos”). Sólo un problema (no sería yo si no viese uno): somos bibliotecarios, no empresarios. La lectura recomendada #6, a mi juicio, está demasiado centrada en el mundo de la empresa, el marketing, la publicidad, etc. Sí ya sé, hay que comer y atender a las facturas y en este mundo son las empresas las que pagan y yo estoy en paro, así que cuando llegue el momento (si llega…) no tendré más remedio que dejarme de exquisiteces…o no. En cualquier caso, mientras espero a que la vida real llame a mi puerta de nuevo, me gustaría disfrutar por un instante del dulce momento de imaginarme a mí mismo siendo el bibliotecario de mis sueños.
Si como bibliotecario ideal tuviese que monitorizar la actividad de mi biblioteca en la web social, diría: “monitoricemos, monitoricemos…pero sin pasarse”. Se monitoriza al enfermo, también al sano para comprobar que no sea una mercancía defectuosa antes de firmar uno de esos contratos multimillonarios de fútbol; se monitoriza a los coches que empiezan a fallar…pero lo que más se monitoriza con diferencia sobre el resto de todas las cosas es la economía y, más concretamente, el mercado (por algo será). El mercado es una especie de monstruo sin cabeza, dicen que ingobernable (aunque la gran influencia ejercida por unos pocos podría poner en cuestión esta afirmación), al que acuden los agentes económicos (he oído que algunos incluso son personas) para maximizar sus propios beneficios en la búsqueda simple del interés particular. No sé sabe muy bien cómo, pero el caso es que la suma de todas esas interacciones individuales a veces da un resultado y otras otro; es tan impredecible (a las pruebas me remito a pesar de los vaticinios de los grandes expertos), que al final, la economía se ha convertido en una especie de dios con voluntad propia. Antiguamente se temía a que nos sobreviniese una catástrofe natural o cualquier otro fenómeno para el que no hubiese explicación aparente; ahora en cambio, a lo que se teme es a que nos sobrevenga una crisis económica, un fenómeno sobre el que tampoco existe explicación y, si existe, no conviene, por lo que sólo nos quedan dos opciones, o monitorizar o rezar (me pregunto a qué dios rezarán los economistas ortodoxos…bueno lo sé, al que más pague para que digan lo que dicen).
Como bibliotecarios creo que debemos plantearnos nuestra concepción profunda sobre la web social. ¿La vemos como un espacio de interacción a imagen y semejanza del mercado o, en cambio, casi como el paraíso de la colaboración y el intercambio desinteresado? Lo que está claro es que ambas cosas a la vez no puede ser. El mercado es un espacio donde se compran y se venden mercancías; si elegimos la primera opción estamos obligados a transformarnos en un agente económico más, en una marca, pendiente de los índices bursátiles de seguidores y obsesionada con manejar todas las herramientas posibles de medición para encontrar algo de sentido en el caos y poder identificar a quién comprar y a quién vender. Pero, si por el contrario, pasamos de seguidores y perseguidos y nos centramos en una concepción de la web más personal, humanizada si se quiere, entonces no importará tanto el número como la calidad de las interacciones; la monitorización no será tan importante y sí en cambio la conservación de un espacio libre, abierto a la participación activa en la creación de contenidos. De ser así, unos compañeros atraerán a otros, es inevitable, pues la clave está en poner en manos de la gente la gestión libre del espacio virtual o físico de la biblioteca, y abandonar ese doble complejo de maniáticos del orden y el silencio, en lo físico, y de vendedor pesado del corte inglés (con todos los respetos) en busca del cliente despistado, en lo virtual. Las herramientas de la web social están ahí para nosotros, esperando que con su uso seamos capaces de trascender la ética capitalista del dinero que las engendró.
Me parece que antes de proponerse llevar a cabo un plan de social media es imprescindible tener bien clara la distinción que puede haber entre una biblioteca como marca y una biblioteca como foro, porque si asumimos acríticamente las normas impuestas por el modelo de mercado, la búsqueda de audiencia se puede convertir en algo bastante frustrante. No podemos caer en el error de aceptar sin más que las bibliotecas son un mero agente económico obligado a buscar su audiencia en un campo altamente competitivo, porque de hacerlo, estaremos traicionando, sin darnos cuenta, la esencia misma de las bibliotecas. Como suele decirse tanto últimamente, las bibliotecas no son un gasto, sino una inversión; en términos razonables, no está en su naturaleza el tener que justificar su eficiencia económica, ya que su impacto va mucho más allá de un mero balance entre gastos e ingresos; su lugar está en el campo de la gestión y creación del conocimiento y por lo tanto del procomún. Darnos por vencidos y resignarnos a tener que llevar a cabo meros procesos adaptativos obligados por la lógica económica (lo que a mi parecer es a lo que se limita Nancy Dowd), no es más que certificar nuestra acta de defunción. Que las bibliotecas tienen que cambiar, está claro; que tengan que hacerlo en la dirección que marcan los gerentes económicos ya es más discutible, pues tener que medir su impacto, de alguna manera, es claudicar al hecho de que tengan que justificar su valía económica, algo, repito, consustancialmente contrario al sentido original de las bibliotecas.
¿Y si en vez de bibliotecas hablásemos de personas? ¿Cómo contemplar nuestra propia actividad en la web social? ¿Tendremos que dejar de ser personas y convertirnos en marcas también? Por los comentarios que leo en algunos foros parece que es una actitud bastante aceptada. Yo lo tengo claro: me niego a convertirme en coca-cola; como Naomi Klein, también digo: no-logo. ¿Mi estrategia en la web social? Muy simple, la misma que fuera de ella: procurar volver a quedar con las personas con las que he compartido una buena conversación; está claro que cuánto más seamos los implicados, mejor para la conversación. El objetivo más importante que me propongo para querer ampliar mis círculos (en la terminología apropiada por Google) es buscar más y mejores conversaciones; si es en modo seguidor o seguido me es algo indiferente. ¿Y ya está? ¿Sólo una buena conversación? La web social nos proporciona un foro público de discusión y reflexión común inigualable, pero actuar va mucho más allá de darle al botón de «me gusta» en Facebook o firmar una petición en «Change.org». Si de lo que se trata es de cambiar el mundo, mucho me temo que la vieja estrategia de mancharse las manos en el mundo real sigue siendo la única posibilidad.
Atendiendo a las estadísticas de este blog tengo que decir que estoy muy contento, pero no por las estadísticas en sí, sino por lo que suponen y que va más allá de los números. Cuando escribí mi primer post en este blog preguntaba cuántas eran 650 palabras, en alusión al número de palabras mínimo que David y Tony nos pedían para componer un post; Tony respondía lo siguiente: “Para nosotros, las que destilan honestidad y ganas de aprender. Algunas de unos pocos caracteres valen por cien. Otras muchas, llenas de frases hechas y corta y pega, por 10”. Tirando del hilo de su respuesta, me surge otra pregunta: ¿a cuántos seguidores equivaldría un comentario honesto y que destile ganas de aprender en nuestro blog? Para mí, un comentario así, capaz de abrir una conversación interesante, vale por todos los seguidores o visitantes del mundo que pasan y no tienen nada que decir. Yo, me quedo con los comentarios; ellos son mi palmadita en la espalda. Gracias por vuestra generosidad.