Por qué es necesario un cambio educativo…dentro y fuera de la escuela


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Como casi siempre Forges dando en el clavo. Su viñeta no es sólo un chiste, es real y lo sé por propia experiencia. Yo mismo tuve una entrevista de trabajo similar el pasado mes de enero. Lo peor, lo trágico de la situación es que encima te lo piensas…encima te sientes culpable porque en lo más profundo de tu ser deseas que no te llamen para trabajar. Lo peor es constatar que para aceptar ese trabajo hay un ejército de candidatos esperando dispuestos a competir y que en la lucha interna que se desata en uno mismo entre dignidad o miedo suele ganar el miedo.

Lo han conseguido, nos han inoculado el virus. Hasta hace no mucho tiempo, nuestro opresor, nuestro enemigo, aquel que nos hacía actuar a la fuerza contra nuestro propio bienestar mirando sólo por su propio interés, era alguien perfectamente identificable, alguien con nombre y apellidos. Un dictador, un patrono despótico, un ejército invasor. Era fácil saber contra quién luchar. Ahora, en cambio, nuestro opresor se ha hecho difuso; es algo no alguien. Nuestro enemigo se nos ha colado dentro y ha invadido nuestra propia conciencia. Hemos interiorizado sus normas y ya ni siquiera le hace falta usar la fuerza. Ha impuesto sus términos en el debate, y como el lenguaje nunca es neutral, sin darnos cuenta hemos asumido sus valores como propios.

Abundan hoy en día los que confundimos nuestra propia vida con la vida que nos muestran en televisión. Sin embargo, esta falsa identificación es ya muy vieja. Sería injusto achacarle toda la culpa exclusivamente a la televisión. Es bien conocida la historia de una muy anciana cigarrera que a principios del siglo pasado, hiciera frío, calor, lloviera, etc, se sentaba a vender su mercancía a las puertas del teatro real, y al ver pasar a los miembros de la alta sociedad ricamente engalanados decía: “qué bien vivimos en Madrid”.

Si echo la vista atrás, personalmente advierto que la escuela no me ha ayudado en absoluto a vencer este mal y sospecho que históricamente, lejos de ser un lugar de emancipación, la escuela, incluida la universidad, ha profundizado aún más en ese proceso de alienación. Si de lo que se trataba era de explicarme un mundo del que me sentía cada vez más desconectado y ajeno, su excesivo énfasis en lo mental, abstracto y conceptual, desde luego no me ayudó en absoluto. Paradójicamente, con el paso de los años me he dado cuenta que cuanto más conocimiento acumulaba en mi cabeza, más confundido y más inseguro me sentía. Aprender aprendía, pero era incapaz de engendrar ningún sentimiento real hacia aquellos procesos que me enseñaban como ideas abstractas que me ayudase a saber su significado profundo o desarrollar algún tipo de preocupación o compromiso. Sin una experiencia activa, directa e integral, no sólo intelectual, en mi mente todas estas ideas resonaban igual…igual de arbitrarias, ya que no terminaba de encontrar la manera de saber qué es cierto y qué no, porque lo que sé es sólo aquello que otros seres humanos (seguramente igual de desconectados que yo mismo) me cuentan por muy expertos o profesores universitarios que sean.

En la escuela las preguntas más importantes, las que todo alumno aplicado debe saber responder son: qué quieren qué diga, qué quieren qué haga. Pasan los años y andamos tan enfrascados en encontrar día tras día la respuesta que nos olvidamos de preguntarnos: qué quiero, qué siento, qué necesito. Nos olvidamos de nosotros mismos y lo que es fatal, nos hacemos sumisos e irresponsables de nuestros actos, como aquel alto funcionario nazi, Adolph Eichmann, que al ser juzgado en Jerusalem por crímenes contra la humanidad, tal y como nos cuenta Hannah Arendt, eludía su responsabilidad aduciendo que obedecía órdenes, que era la ley o que tenía que hacerlo.

Mi motivación principal es, ni más ni menos, encontrar la respuesta dentro de mí a esas tres preguntas esenciales: qué quiero, qué siento, qué necesito, y si sabiéndolas responder, puedo ayudar humilde y respetuosamente a otros a encontrar las suyas propias, entonces, intuyo, que estaré cerca de la autorrealización personal. Mi mujer Bego y sobre todo mi hijo Leo son mi motor para profundizar en una educación activa, en una pedagogía que ponga por delante de todo las necesidades de los niños, porque aprender a respetar a nuestros hijos, a verles como son, sin que les de vergüenza mostrarse al mundo con plena conciencia de sí mismos y de los demás, creo que es la única manera de poblar un mundo, no de títulos universitarios con patas, sino de seres humanos en los que entre la dignidad o el miedo, prevalezca siempre la dignidad.